Ya hemos dicho qué
es el nihilismo: es la hostilidad hacia la propia
vida. Ahora hace falta decir de dónde surge este odio contra la vida. En la
Historia de la Filosofía se echan en falta los indagadores, los exploradores
que zarpen hacia mares inexplorados, hacia tierras inhóspitas; en la Historia
de la Filosofía han faltado los cazadores osados, incluso temerarios, se ha
echado en falta la imaginación sutil pero valiente, la búsqueda despreocupada y
jovial, se ha echado en falta la búsqueda de lo peligroso. ¿Cuál ha sido hasta
ahora el mayor peligro que ha habido en la Historia de la Filosofía? Lo
dionisíaco ¿Cuál ha sido el mayor bastión para defenderse de ese peligro? La
conciencia. La conciencia cartesiana. ¿Cómo se ha convertido la conciencia en
el más grande bastión contra lo dionisíaco? La conciencia se ha transformado en
un tirano. La conciencia se ha convertido en juez y parte de sí misma, la
conciencia se ha arrogado el ser juez de sí misma para exonerarse, para
entronizarse. La conciencia es un eufemismo, pues se dice que la conciencia es
el autoconocimiento de uno mismo, pero la conciencia no sabe nada de sí misma.
La conciencia no sabe qué es ella misma, no sabe dónde está, no sabe qué
abarca, no sabe cuándo ni de dónde ni el porqué ha surgido. La conciencia no
sabe nada de sí misma, la conciencia no ha querido indagar con valentía qué es
ella misma, no ha querido escudriñar qué hay dentro de ella. La conciencia se
ha arrogado el privilegio de ser la medida de todas las cosas. Sobre la
conciencia se han dicho las “verdades” más cómodas, las “verdades” más
agradables, los lugares comunes que son del agrado de todos; sobre la
conciencia se han dicho “verdades” somníferas, demagógicas, fraudulentas, a fin
de que todos puedan dormir plácidamente (incluido el tendero de Kant).
Ha hecho falta
mucha suspicacia para percibir lo problemático que hay en la conciencia, ha
faltado la dureza, el rigor consigo mismo, la mirada alta, implacable y dura de
un águila. La conciencia no se ha juzgado a sí misma fríamente, severamente; ha
faltado que la conciencia se convirtiese en médico de sí misma, examinando sus
síntomas... Hasta ahora se ha dicho que la conciencia es el autoconocimiento.
Que la conciencia es el saber, el discernir, el discurrir sobre la existencia
propia, que la conciencia es la certeza de la propia existencia, el saberse
distinto al no-yo, al mundo que nos rodea. También se ha dicho que la
conciencia es la voz de “dios” dentro del hombre… Nada ha mentido tanto sobre
sí misma que la conciencia. Hasta ahora, los filósofos han esparcido sobre la
conciencia una candorosa creencia en su eficacia, en su poder indagatorio, “científico”,
en su espuria superioridad sobre los animales... Pero ya es tiempo de decir la verdad sobre la
conciencia–: en principio de cuentas, hay que decir que la conciencia es solamente
conciencia de la muerte. La conciencia es saber que voy a morir, la conciencia
es saber que soy polvo y en polvo me convertiré (¿así nos habla la voz de
“dios”?); la conciencia es la pérdida del Paraíso...
No hacía falta salir
del jardín del Edén, no hacía falta que el ángel guardase ese jardín después de
que el hombre tuviera conciencia de su muerte; sólo basta que el hombre sepa
que va a morir, sólo basta que el hombre tenga el único conocimiento veraz
sobre sí mismo, a saber–: que es mortal;
sólo bastaba, para Adán y Eva, saber que eran polvo y en polvo se convertirían,
para que el Paraíso se trocase en un infierno... ¿Se ha entendido el Génesis?
¿Se ha querido entender que la conciencia es el llamado “pecado original”? ¿Se
ha querido entender que la conciencia es el alejamiento absoluto del Creador de la Vida?
No, no se ha
querido entender qué es la conciencia, no se ha querido entender que la
conciencia no es el autoconocimiento, la premisa délfica de la que tanto se ha
dogmatizado, pero que tan poco se ha filosofado sobre ella... No, no se ha
querido ver qué se genera en el hombre cuando surge dentro de él, sin saber
cómo, sin saber por qué, esa certeza
de que vamos a morir, es decir, cuando surge en él la conciencia. Sólo
Zaratustra nos ha enseñado qué brota de la conciencia, qué es lo que genera esa
conciencia, qué incuba el yo cuando sabe que es polvo y en polvo se convertirá;
es este uno de los conceptos cruciales para entender a mi Zaratustra: el saber
que voy a morir, la conciencia, es lo que engendra el odio –hacia la vida misma...
Saber que hubo antes de mí una “nada” eterna, y que
habrá después de mi muerte otra “nada” eterna, saber que el yo es un rayo de “luz”,
un chispazo en medio de dos oscuridades eternas: esto es la conciencia. Tener
la certeza de que mi existencia tendrá su fin, que soy mortal, este es el
concepto mismo de la conciencia: la conciencia es conciencia de la muerte, y nada más...
Aforismos de EL EVANGELIO SEGÚN ZARATUSTRA