¿Qué es el nihilismo?
Este es uno de los conceptos más importantes de mi filosofía, es la
piedra angular de todo mi pensamiento filosófico. Pero también es el concepto
que más confusión ha creado, incluso, se me ha tildado de nihilista, ¡a mí!,
que soy la antítesis del nihilismo, que soy el abogado de la vida, que soy el
abogado del Amor Fati. No se me ha entendido, no se ha querido entender
cuál es mi planteamiento filosófico fundamental. Se ha dicho de mí que soy un
anarquista, incluso se me ha comparado con los nihilistas cuya divisa es “Ni
Dieu, ni maitre” (léase: ni Dios, ni amo)... ¡Cómo! ¿Yo soy un anarquista, a pesar de
que he señalado ad nauseam que el
anarquismo es un indicio de decadencia? Incluso algún cerebro de chorlito ha
puesto mi nombre junto con el de Blanqui: nada hay más falso, más fraudulento.
Yo no soy un nihilista, yo soy un anti-nihilista. El problema radical es que no
se ha entendido qué es lo que yo he analizado del nihilismo, qué es lo que yo
he teorizado sobre el nihilismo, por qué he combatido toda forma de nihilismo,
nadie ha querido hundirse en el nihilismo, en la cloaca inmunda del nihilismo,
para conocerlo, para descubrirlo, nadie tanto como yo. Turgeneiev no hiló fino
cuando definió al nihilista, el novelista ruso no entendió el porqué su
protagonista es nihilista. Para el nihilista este mundo es absurdo por el miedo
a la muerte, y precisamente es el miedo de perecer lo que ocasiona que el
nihilista se aferre a este mundo, a pesar de que lo considera absurdo, a pesar
de que lo tilda de “valle de lágrimas”, de “piélago de calamidades”; se aferra
a la vida por esa angustia de la muerte, a pesar de que considera que la vida
no tiene ningún valor, que la vida no vale nada, por ende debe ser repudiada,
pero justo es el miedo intelectual al
abismo fatídico lo que ocasiona que se calumnie y se maldiga a esta vida.
Hamlet era un nihilista, porque consideraba que este mundo era un infierno del que no podía escaparse, porque tenía miedo, miedo a la muerte, miedo a la eternidad, miedo a ese viaje del que nadie ha regresado aún…
Las admoniciones nihilistas de Sileno, el compañero inseparable de Dionisos, causaron una impresión muy fuerte desde que yo era un joven filólogo. Para Sileno, lo mejor que podría ocurrirles a todos los seres humanos sería no haber nacido, pero ya que eso es imposible, agrega Sileno, lo segundo mejor que podría pasarnos sería morir pronto. (He aquí una trampa engañosa de Sileno, pues el hombre preferiría no haber nacido, precisamente por el miedo a la muerte, por el miedo intelectual que nos provoca el fantasma de la Muerte.) Desde que leí esas frases de Sileno, todos mis pensamientos, todas mis obras estuvieron aguijoneadas y motivadas por un afán gigantesco de lucha inexpugnable contra toda forma y manifestación de ese nihilismo nauseabundo –que odia haber nacido–, razón por la cual he combatido con nunca visto denuedo contra cualquier forma de nihilismo, ya sea bajo la forma y especie del cristianismo, del platonismo, de la filosofía de Schopenhauer. Contra el mismo Sileno, elegí ser el filósofo del dios Dionisos, para luchar contra lo que había del perverso nihilismo dentro de mí mismo, para ello escogí a Dionisos, el dios griego de la jovialidad exuberante, como un antídoto contra toda forma de nihilismo. Dionisos representaba para mí el amor trágico a la vida.Desde entonces, he denunciado cuánto nihilismo, cuánto odio hacia la propia vida, cuánto deseo de no haber nacido hay en los “valores” de los cristianos, en las filosofías occidentales (sobre todo en Schopenhauer), en el afán socrático del conocimiento “puro”, en la inveterada tartufería de la moral, en el hombre “moderno”, en el progreso, en las “verdades eternas”. Muchas fueron mis flechas porque muchos eran mis rivales, ¡algunos de ellos, ofendidos, me tildaron a mí de nihilista! Mi vida ha sido un gran intento, un intento ciclópeo, de vencer al deseo de la nada, de vencer a la hostilidad de la vida, ¡y el nombre de mis enemigos es “Legión”!
Hamlet era un nihilista, porque consideraba que este mundo era un infierno del que no podía escaparse, porque tenía miedo, miedo a la muerte, miedo a la eternidad, miedo a ese viaje del que nadie ha regresado aún…
Las admoniciones nihilistas de Sileno, el compañero inseparable de Dionisos, causaron una impresión muy fuerte desde que yo era un joven filólogo. Para Sileno, lo mejor que podría ocurrirles a todos los seres humanos sería no haber nacido, pero ya que eso es imposible, agrega Sileno, lo segundo mejor que podría pasarnos sería morir pronto. (He aquí una trampa engañosa de Sileno, pues el hombre preferiría no haber nacido, precisamente por el miedo a la muerte, por el miedo intelectual que nos provoca el fantasma de la Muerte.) Desde que leí esas frases de Sileno, todos mis pensamientos, todas mis obras estuvieron aguijoneadas y motivadas por un afán gigantesco de lucha inexpugnable contra toda forma y manifestación de ese nihilismo nauseabundo –que odia haber nacido–, razón por la cual he combatido con nunca visto denuedo contra cualquier forma de nihilismo, ya sea bajo la forma y especie del cristianismo, del platonismo, de la filosofía de Schopenhauer. Contra el mismo Sileno, elegí ser el filósofo del dios Dionisos, para luchar contra lo que había del perverso nihilismo dentro de mí mismo, para ello escogí a Dionisos, el dios griego de la jovialidad exuberante, como un antídoto contra toda forma de nihilismo. Dionisos representaba para mí el amor trágico a la vida.Desde entonces, he denunciado cuánto nihilismo, cuánto odio hacia la propia vida, cuánto deseo de no haber nacido hay en los “valores” de los cristianos, en las filosofías occidentales (sobre todo en Schopenhauer), en el afán socrático del conocimiento “puro”, en la inveterada tartufería de la moral, en el hombre “moderno”, en el progreso, en las “verdades eternas”. Muchas fueron mis flechas porque muchos eran mis rivales, ¡algunos de ellos, ofendidos, me tildaron a mí de nihilista! Mi vida ha sido un gran intento, un intento ciclópeo, de vencer al deseo de la nada, de vencer a la hostilidad de la vida, ¡y el nombre de mis enemigos es “Legión”!
Así pues, he
escrito este libro con el único fin de continuar mi lucha extenuante contra el
nihilismo, estoy escribiendo este libro para vencer al nihilismo –la hidra de
tantas cabezas–, para dejar plasmados mis mejores anhelos, mi profecía sobre el
vencedor auténtico del nihilismo, al que he bautizado con el nombre de–: el superhombre...
Aforismo de El Evangelio según Zaratustra.
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