lunes, 25 de abril de 2016

LA TRAGEDIA DE HAMLET

¿Se ha entendido la tragedia Hamlet? ¿Se ha querido entender dónde está la tragedia de Hamlet, de dónde surge, por qué surge? ¿Se ha entendido de qué se queja Hamlet? Como bien sabemos, Hamlet se queja de la herencia de la carne, de los ultrajes, de las injurias de los opresores, de las congojas del amor desairado, de las tardanzas de la justicia; Hamlet reputa a la vida de torbellino turbulento en el que hay que soportar duras cargas, afanarse para nada, gemir, sudar, llorar. ¡Bien! ¿Algo más de qué quejarse, señor Hamlet? ¿Algo más, señor Nihilista?


¿Qué significa la frase “ser o no ser”? ¿Qué es lo que acongoja a Hamlet? La muerte, la eternidad que hay después de la muerte y de la que no podemos saber cómo es. La tragedia de Hamlet es que precisamente es el miedo a la muerte lo que nos impulsa a soportar todas las tribulaciones de esta vida, todas las aflicciones, todos los golpes, todas las vicisitudes, todos los reveses de la insultante fortuna. La tragedia de Hamlet es que este mundo es un “piélago de calamidades” que sobrellevamos por el temor al abismo funesto. Pero Hamlet estaba equivocado. Hamlet no se da cuenta de que este mundo es un “piélago de calamidades”, porque tiene miedo a la muerte. ¡Hamlet es como un gato salvaje y alocado que se persigue su propia cola!

Según Hamlet, el hombre no abandona este mundo, el hombre se aferra a su diminuta barca que naufraga en medio de un piélago de calamidades, por temor a la muerte. ¡Oh, qué “filosofía” tan digna de gatos salvajes y de ratones subterráneos!

Aquí se requiere contemplar a este mundo, a esta vida, desde la altura de un dios contemplativo, con la mirada valiente y altiva de un águila. ¿Por qué quiere suicidarse Hamlet? ¿Por qué quiere abandonar este “piélago de calamidades”? ¿De dónde surge este deseo de Hamlet de abandonar este “piélago de calamidades”? Pero la pregunta más importante es: ¿por qué para Hamlet este mundo es un “piélago de calamidades”? Justo por el temor a la muerte, Hamlet se queja de este mundo, se queja de que no puede abandonar este “piélago de calamidades”, porque tiene miedo a la muerte.


La pregunta pertinente para Hamlet sería: ¿si no tuvieras miedo a la Parca, abandonarías este mundo, este “piélago de calamidades”, te suicidarías? A buen seguro Hamlet contestaría que sí, que si no tuviera tanto miedo de morirse, si no tuviera tanto miedo a lo desconocido, se suicidaría, se escaparía de este “piélago de calamidades”.  ¡Gato estólido, nunca alcanzarás tu cola aunque la persigas toda la eternidad! Si Hamlet no tuviera miedo a la muerte, este horror intelectual a lo desconocido, este pánico a la incertidumbre, no querría abandonar este mundo, porque este mundo ya no sería un “piélago de calamidades”, sino el Jardín del Edén. Este mundo es un “valle de lágrimas”, de gemidos, de lamentos, de llorar y de rechinar los dientes para los que tienen miedo de morirse, para los que quieren conservar esta vida a toda costa, pues los que quieren conservar esta vida, la pierden... El que tenga oídos para oír, que oiga...



Dicho con otras palabras: sin el miedo de fallecer, sin la angustia intelectual a lo desconocido que está más allá de la muerte, Hamlet no querría huir de este mundo, no querría suicidarse, aun cuando no tuviera miedo de morirse, porque este mundo ya no sería un “piélago de calamidades”, sino el Jardín de las Delicias. Así pues, la tragedia de Hamlet es producida por el miedo. ¿Y de dónde surge su temor al abismo fatídico, a lo desconocido, a la incertidumbre? Él mismo nos lo dice: de la conciencia. La solución de la tragedia de Hamlet no es el suicidio, sino la aniquilación absoluta de la conciencia...

domingo, 3 de abril de 2016

¿CUÁL ES EL VERDADERO "PECADO" DE ADÁN Y EVA?

¿Cuál es el verdadero “pecado” de Adán y Eva? ¿Por qué se les recrimina tanto la supuesta pérdida del paraíso a los primeros padres? ¿Qué subyace debajo de esa fábula, debajo de las recriminaciones a los primeros padres, debajo del dogma perverso del pecado original? ¿En definitiva, qué subyace debajo del antisemitismo de los cristianos? ¿Acaso el gran “pecado” de Adán y Eva fue el de ser precisamente los primeros padres, los que dieron origen a toda la humanidad? ¿Esto es lo que les duele a los cristianos? ¿Esto es lo que los cristianos les reprochan a Adán y Eva: ser los primeros padres? ¿Esta hostilidad tan grande, tan abominable, tan atávica contra la vida es la fuente de la que brota el odio hacia los primeros padres? ¿Es el antisemitismo de los cristianos una forma absurda de desfogar ese odio contra los primeros padres, odio que se descarga en los descendientes directos de esos primeros padres que nunca existieron? ¿Es el dogma perverso del pecado original un ajuste de cuentas contra los primeros padres, es echarles toda la culpa de todos los males a los primeros padres, es echarles la culpa a los primeros padres de la muerte del predicador charlatán (léase: Jesús de Nazaret); y en consecuencia, culpar de todos los males y también de esa muerte esperpéntica: a todos los judíos? ¿El antisemitismo es resentimiento contra los primeros padres, resentimiento que se ceba en los vicarios de los primeros padres: los judíos? ¿Qué es el dogma perverso del pecado original sino la maldición sobre el origen de la humanidad? ¡Cuánto se odia haber nacido, como para maldecir con tanta saña el origen de todos los hombres!

Pero, ¿de dónde surge este dogma perverso del pecado original? ¿Qué es lo que alimenta ese resentimiento contra el origen de todos los hombres? ¿El miedo a la muerte? ¿El horror intelectual a la muerte, a la eternidad? ¿Tanto aflige al hombre la conciencia de su muerte, la certeza de que va a morir, que por ese temor se maldice el origen de la humanidad? ¿Tanto miedo a la muerte es lo que provoca que se calumnie el origen del hombre, que se busque y se encuentre a los culpables de todos los males en los primeros padres, que se quiera la venganza absurda, infinita, contra esos chivos expiatorios, que son Adán y Eva, las mujeres, los judíos? ¿Son los judíos los chivos expiatorios del resentimiento infinito hacia la vida que albergan los cristianos?

El pecado original es la mayor antítesis contra el Evangelio, el dogma del pecado original es un puñetazo en el ojo del evangelio. Creer que somos pecadores por el hecho de haber nacido, creer que la humanidad surgió por culpa de una falta, de una desobediencia, de una manzana de más o de menos, es el auténtico pecado contra el espíritu santo que le dice sí a la vida. Creer en el dogma perverso del pecado original, condición indispensable de todo cristiano, es el auténtico pecado contra la vida. Creer en el dogma perverso del pecado original es decirle no a la vida, es negar a la vida, es calumniar al Creador de todo lo visible y lo invisible...


Creer que esta vida es un infierno, juzgar que todos los hombres venimos a este mundo, a este “valle de lágrimas”, sólo para sufrir, para padecer congojas sin fin, que venimos a este mundo a llorar, a afligirnos mientras estemos vivos, creer que todos los hombres venimos a este mundo a expiar una falta ancestral, una desobediencia atávica, ¡este el auténtico pecado contra la vida! Creer en el dogma cristiano del pecado original, creer que nacemos siendo pecadores, maldecir el origen de toda la humanidad es el verdadero pecado –contra Dios...

domingo, 28 de febrero de 2016

¿CUÁNDO SE PIERDE EL PARAÍSO TERRENAL?

¿Qué es la venganza? ¿Por qué el hombre tiene este afán infinito de venganza, motivo por el cual inventa las llamas eternas, la Gehenna? ¿Cuándo surge la venganza? ¿De dónde surge? ¿Por qué surge? Para conocer al hombre debo descender mucho, ¡pues estoy tan elevado!, para conocer al hombre debo descender hasta la cloaca inmunda en la que habita, a fin de que después de hundirme en la realidad, después de profundizar en la realidad, pueda, cuando retorne a la luz, extraer de esa realidad, extraer de ese enterrarme en la realidad, la redención misma del pecado más abominable del hombre–: el repudio de esta vida, el nihilismo...


Para entender cuándo surge esa hostilidad, para entender cómo surge, de qué surge, es menester, en primera instancia, hallar el estado patológico más grave del hombre, el más propicio que sirva como caldo de cultivo para la enfermedad más nauseabunda del hombre. Debo estudiar, analizar, comprender la época del hombre en la que sufre más, la época del hombre en que es el sufrimiento mismo, en que se presenta la quinta esencia del sufrimiento, del displacer, una época de displacer continuo que es llamada pubertad. ¡Aunque hay que aclarar que todo hombre es un adolescente latente! ¡Hay que aclarar que todos los hombres adolecen de esa enfermedad de la juventud que es el afán infinito de libertad!

¿Por qué sufre tanto el joven? ¿De dónde sufre tanto el joven? ¿Por qué ha dejado la infancia feliz para recalar en esa mar turbulenta y fétida que es la pubertad? ¿Qué ocasiona el sufrimiento de la pubertad?... Si el Paraíso es la infancia, es decir, una metáfora de la infancia, la pregunta es cuándo se pierde el paraíso, y por qué. ¿Cuándo se pierde el Paraíso? ¿Por qué se pierde el Paraíso? El Paraíso terrenal se pierde en la pubertad, porque el adolescente empieza a vislumbrar a la muerte, porque el adolescente empieza a adquirir conciencia de la muerte.

¿Por qué pierden Adán y Eva el Paraíso? Porque desobedecen a Dios, porque se rebelan contra Dios. ¿Y no es la desobediencia, no es la rebeldía una de las señas de identidad de la pubertad? ¿Y por qué se rebelan los adolescentes, no contra Dios, sino contra sus padres? ¿Por qué los adolescentes desobedecen a los padres, por qué los odian? ¿Por qué quieren mandar sobre los padres, como esos otros adolescentes perpetuos, los demócratas, quieren gobernar sobre los gobernantes? ¿Por qué el adolescente se siente asfixiado por sus padres, como algunos demócratas se sienten asfixiados por los gobernantes? ¡Cuando en realidad son los demócratas los que asfixian a los gobernantes!

¿Por qué los adolescentes tienen ese afán infinito de libertad, como los demócratas, como Segismundo, el protagonista de La vida es sueño? ¿Se ha entendido esta obra de Calderón de la Barca, que tanto fascinaba a Schopenhauer, pues resumía su nihilismo todo? ¿Se ha entendido por qué Segismundo desea la libertad, desea liberarse de la cárcel en la que lo ha apresado–: su padre? ¿Acaso porque Segismundo odia haber nacido? ¿Acaso porque Segismundo cree que nacer es un delito? ¿Acaso nacer es un delito? ¿Para quien odia haber nacido, para quien cree que nacer es un delito, no sería la vida misma la peor de las cárceles, la más terrible, pues está condenado a morir? ¿No es el padre quien encierra a Segismundo en esa “cárcel” llamada vida? ¿Por qué desea la libertad Segismundo? ¿De qué desea liberarse Segismundo? ¿De la vida misma? ¿La única libertad que saciará a Segismundo, que odia haber nacido, sería acaso–: la muerte?


Los jóvenes quieren liberarse del padre, pues saben que el padre fue el tirano déspota que los condenó a muerte. El adolescente desea liberarse del padre, pues este fue el verdugo implacable que decretó su muerte. En definitiva, el adolescente quiere liberarse del padre, porque lo odia, porque detesta su propia vida, y la vida le fue concedida sin voz ni voto. El padre obligó al hijo a nacer, y nacer es empezar a morir. La procreación es absolutista, la procreación es tiránica, la procreación es un abuso de poder de los padres, y los adolescentes odian haber nacido... Esta es la razón por la cual los jóvenes tienen ansias infinitas de libertad, como también esos otros adolescentes sempiternos–: los demócratas...

Para decirle sí a la vida–: hay que decirle no a la Democracia

domingo, 14 de febrero de 2016

SABIDURÍA DIONISÍACA

A mi alma gemela del conocimiento profundo:
¡Oh, amigo Zaratustra, oh alma gemela de la sabiduría dionisíaca, qué placer hay en todo baile, que divino es ser un bailarín de pies ligeros y bailar muy por encima de todas las tarántulas y de su picadura vengativa!

El hombre es un ser que debe ser superado, el hombre y su sed de venganza deben ser superados. La venganza del hombre es semejante a una tarántula sobre cuya espalda se asiente un negro símbolo: una pirámide, en cuya cúspide hállase un ojo que está ciego, que no ve nada; y en cuyos tres vértices están las tres armas de la venganza: la igualdad, la fraternidad y la libertad. ¡Cuántas tarántulas, cuántos vengativos hay escondidos en esas cavernas de la justicia, en esas cavernas de la revolución, de la igualdad, de la democracia! Pero algún día tiene que llegar el redentor de la venganza, el hombre que supere todo el resentimiento, todo afán de ajustar cuentas, ese hombre será semejante a un arco iris, habida cuenta de que representará la verdadera alianza, la auténtica reconciliación entre el hombre y los dioses del Azar, del Juego, de la Inocencia. ¡Y cuánto anhelo tengo yo de que venga el arco iris que dé fin a dos mil años de venganza cristiana! ¡Cuánto anhelo de que por fin llegue el verdadero redentor al que yo he bautizado como–: el superhombre!


miércoles, 3 de febrero de 2016

LA VENGANZA DE EDIPO

He comentado ya varias veces que cuando surge la conciencia, la certeza de que somos un ser-para-la-muerte, esa misma conciencia es la fuente nauseabunda de la que brota el odio hacia la propia vida, la sed de venganza contra los padres quienes nos sentenciaron a muerte desde el momento en que nacemos. Este odio contra la propia vida, esa maldición contra la existencia que alberga toda la humanidad, y esa venganza contra los padres son tan horrendos que la conciencia debe reprimirlos, hacerlos latentes y, por lo tanto, inconscientes para la conciencia misma. Edipo alberga en su interior dicha hostilidad contra la vida, contra el origen de la vida: la cópula de los padres –¿cómo explicar, si no, por qué huye de la casa de Pólibo, sino porque en su interior está latiendo, oculta, esa sed de venganza contra el padre, un deseo abominable de matarlo, un deseo truculento de ajustar cuentas con el padre, pues fue este quien le dio el ser-para-la-muerte? Edipo huye de Pólibo despavorido: así delata que en lo subterráneo de su conciencia está latente el deseo de matar al padre, deseo reprimido que no debe hacerse patente, pues es sumamente doloroso y angustiante. Este hacerse patente esa venganza reprimida es la tragedia de Edipo...

Situémonos en el meollo de la tragedia: el oráculo que vaticina el Destino de Edipo –perpetrar el parricidio y el incesto–. Aquí hace falta poner signos de interrogación, aquí hace falta, no el deducir, sino el descifrar el porqué es tan terrible el oráculo del dios Apolo. ¿No es todo un dios como Apolo capaz de ver en los corazones de los hombres, capaz de captar claramente lo que los hombres esconden debajo de sus conciencias, detrás de ellas? ¡Oh, por Zaratustra, cuán horrendos somos los dioses omniscientes, cuánta jovialidad necesitamos nosotros los dioses omniscientes para contemplar los oscuros misterios humanos, para interpretar los síntomas de la gran enfermedad humana, de la gran náusea de los hombres! El dios que dictó la profecía sabía que Edipo albergaba el odio hacia la vida, y por ende, la venganza contra el padre. Al huir, Edipo confirma la profecía abominable del oráculo que ha descorrido la cortina, que ha quitado el velo de la conciencia, para mostrar su inmundo deseo. La tragedia de Edipo es que no quiere ser un títere del Destino, la tragedia de Edipo es desafiar al Destino, la tragedia de Edipo es que no quiere ser un juguete de los azares divinos. ¡Oh, cuánta falta tenemos de ti, Zaratustra y de tu redención de todos los azares divinos, de la inocencia de todos los dioses que juegan en mesas áureas para dados y apostadores divinos!

La gran tragedia de Edipo es que quiere huir de sí mismo, la gran tragedia de Edipo es que quiere huir del Destino, del dios que ha vaticinado el parricidio porque ese dios sabe que Edipo alberga en su interior la sed de venganza contra el padre. Si Edipo no hubiese albergado esa venganza contra el padre, no hubiese huido de Pólibo, en primera instancia.

No debemos confundirnos, no debemos moralizar sobre la tragedia de Edipo, ¡pues la moral sólo es ceguera y confusión! Lo que aquí importa es leer con cuidado, leer entre líneas, auscultar al enfermo, saber qué le duele, saber por qué le duele el asesinato de su padre que fue tan accidental, saber por qué le duele la cópula con Yocasta, que fue también circunstancial. Lo que ocasiona la tragedia, la catarsis, es la conciencia, es el conocer esa sed de venganza contra el padre que latía latente dentro de Edipo y de la cual quiso huir paradójicamente. Incluso a sabiendas de que ha matado al padre accidentalmente, Edipo se acongoja, no por la muerte del padre, al que nunca conoció, con el que nunca cruzó una palabra cariñosa; para Edipo, Layo era un desconocido, ¿por qué le duele tanto a Edipo el asesinato fortuito de su padre, sino porque ese asesinato y su desvelamiento descubrieron que Edipo tenía ganas de matarlo? ¡Es este aflorar a la conciencia, a la luz del día, de esos sentimientos tan oscuros, tan siniestros, lo que detona el sufrimiento terrible y formidable de Edipo, su arrancarse los ojos!

La tragedia de Edipo no es otra cosa que la conciencia y su engendro perverso: la maldición contra la vida...

miércoles, 27 de enero de 2016

LA TRAGEDIA DE EDIPO

Con mucho placer, con la misma jovialidad con la que un niño lee sus cuentos, he releído ha poco la tragedia de Edipo. ¡Cuánto me divierte la tragedia de Edipo, cuánto me hace reír esa tragedia, cuánto me hacen reír las tragedias del teatro y de la vida! Pero, ¿se ha entendido qué es lo que origina la tragedia de Edipo, qué es lo que la detona? ¿Se ha visto, o mejor dicho, se ha querido ver qué subyace en esa tragedia? ¿Se ha querido entender cuál es el verdadero enigma de Edipo? ¡Enigma truculento que él, el indagador, el descubridor de enigmas, el que resolvió el enigma de la Esfinge, ni siquiera sospechaba!


¿Cuánto ha inspirado la tragedia de Edipo? ¿Cuánto ha confundido a los hombres la tragedia de Edipo? ¿Cuánto enigma hay en el deseo de matar al padre? ¿Cuánto, en el de copular con la madre? ¿Cuánto se ha disparatado, cuánto se ha parloteado sobre la tragedia de Edipo? Ni siquiera se ha sabido cuándo surge ese deseo interno, ese deseo latente de matar al padre, ni tampoco por qué. Un medicucho austríaco sostiene que la tragedia de Edipo, el deseo de matar al padre, surge desde la más tierna infancia. ¡Eso es falso hasta la náusea! ¡Para el niño, el padre es un dios! En cambio, para el adolescente, el padre es un tirano que lo condenó a muerte...

En efecto, la tragedia de Edipo surge en la pubertad, es el adolescente el que al enterarse de que va a morir, de que está sentenciado a muerte, y de que la sentencia fue dictada por los padres, es ese adolescente el que engendra el odio hacia los padres, el deseo de matarlos, de vengarse... Así es, el adolescente engendra esa venganza contra el padre para vengarse, pues el padre lo condenó a muerte al darle la vida (según los estoicos, nacer es empezar a morir). Así pues, lo que realmente se esconde detrás de esa venganza contra el padre, lo que realmente subyace debajo de ese deseo de matar al padre, es la hostilidad contra la vida. Una hostilidad que se manifiesta en la pubertad, precisamente su síntoma más grave, su síntoma más siniestro, más virulento, es el deseo de matar al padre. Esto, y no otra cosa, es la tragedia de Edipo.

Edipo mata a su padre porque odia haber nacido, Edipo mata a su padre porque este lo condenó a muerte. Edipo mata a su padre para vengarse de quien le dio el ser mortal, de quien lo engendró para morir. Edipo detesta la cópula que lo engendra, justo por ello se escandaliza cuando se entera de que ha yacido con su madre. Edipo se aterroriza de haber sembrado en la tierra en la que el padre labró para procrearlo, Edipo detesta la tierra de la que brotó, de la que fue cosechado, recolectado, a fin de servir como alimento mortuorio para los gusanos. Justo por ello se arranca los ojos cuando se entera de que él también ha labrado esa misma tierra. La tragedia de Edipo no es matar al padre, al que mata accidentalmente, la tragedia de Edipo no es copular con la madre, con la que copula sin saberlo, la tragedia de Edipo es su sed de venganza latente contra el padre, su hostilidad reprimida contra la vida. 

La tragedia de Edipo surge, pues, en la pubertad, es hija de la conciencia, pero es un engendro repugnante, nauseabundo, por lo que la conciencia tiene que reprimir ese odio adolescente contra los padres. Lo que se llama “madurar” no es sino la represión de la conciencia contra el odio hacia la propia vida. Un odio que nunca desaparece, que continúa reprimido toda la vida. La conciencia, una vez fortalecida, es capaz de reprimir ese odio, aun cuando la propia conciencia no tiene conciencia de qué es lo que reprime, en realidad, la conciencia sólo sabe que debe reprimir eso que genera al odio hacia los padres, la tragedia de Edipo, pues es demasiado horrendo. ¡Esa conciencia no tiene conciencia de nada, ni siquiera del monstruo apocalíptico que engendra por miedo a la muerte!... El peor enemigo de Edipo está dentro de sí mismo, el peor enemigo del hombre está dentro de cada uno: es la hostilidad contra la propia vida… El hombre es un lobo para el hombre, a fin de no ser un lobo –para sí mismo

domingo, 17 de enero de 2016

¿POR QUÉ SE PERDIÓ EL PARAÍSO?

¿Qué es el Paraíso? ¿Por qué se perdió? El Paraíso del Génesis es una analogía, una metáfora de la infancia. Por eso está al principio de la humanidad, porque simboliza el principio del hombre que es la infancia. Muchas son las culturas que colocan una edad de oro, una época paradisíaca, una Arcadia, al principio de los tiempos, justo porque esa época áurea es una metáfora de la infancia. La realidad duele mucho, por ello, para soportarla, para atenuarla, para disfrazar lo que es tabú, se recurre a la metáfora. De tal guisa, por medio de la metáfora podemos dulcificar a la realidad, aun cuando la tergiversemos, la simplifiquemos hasta lo absurdo. La pérdida del Paraíso está contada como una analogía –¿y nadie se pregunta por qué?– por ello la trasladamos al principio de los tiempos, como una fábula que ocurrió hace miles de años, que les ocurrió a otras personas, a los primeros padres, quienes fueron los únicos que gozaron de los dones paradisíacos, divinos. Esto es un embuste, una huida cobarde de la realidad, y justo lo que hace falta es hundirse en la realidad para conocerla.

La fábula remota de la pérdida del Paraíso atenúa esta realidad que es tan dolorosa: esa pérdida no acaeció hace miles de años, en algún lugar remoto, esta pérdida ocurre todos los días, ocurre aquí y allá, ocurre en todos los lugares, ocurre todos los días, pues esa pérdida del Paraíso es dejar de ser niños, esa pérdida del Paraíso es la conciencia. Pero este hecho duele demasiado, por lo tanto hay que apartarlo, hay que alejarlo lo más posible, como una fábula de tiempos inmemoriales; pues duele pensar que esa pérdida ocurrió hace unos pocos años, nos ocurrió a nosotros, me ocurrió a ... Nosotros también gozamos de las delicias del jardín del Edén, nosotros también perdimos el Paraíso, a causa de la conciencia...

Pero, a pesar de que duele, debemos analizar esa pérdida del Paraíso como está referida en esa fábula de Adán y Eva. Debemos analizar esa analogía a pesar de que precisamente por ser una analogía, una metáfora, no refleja fielmente a la realidad, pues a menudo las analogías tergiversan la realidad; no obstante ello, lo primero en que debemos reparar es en cómo vivían los primeros padres, los que sí vivieron en el Paraíso terrenal –¿quién sabe, quizás podamos recuperar el Paraíso? Pero la Torá nos dice muy poco sobre cómo vivían los primeros padres, sin embargo, una de las cosas que sí menciona es que ni Adán ni Eva tenían vergüenza, a pesar de que estaban desnudos. ¿Por qué no tenían vergüenza de su desnudez? ¿Acaso porque eran tan inocentes –como los niños?

Además, la Torá nos dice que Adán y Eva no conocían el Bien y el Mal, es decir, que no eran moralistas. He aquí otro punto crucial que podemos conocer de los primeros padres que vivían en el Paraíso: eran inmoralistas, y justo porque eran inmoralistas vivían en el Paraíso. ¿Y acaso los niños no son inmoralistas? ¡Benditas sean por siempre esas pequeñas almas, traviesas, juguetonas, que jamás moralizan! Asimismo, sabemos de Adán y Eva que no sabían qué era la muerte, que desconocían el concepto de la muerte, que la muerte era algo tan vago, tan indefinido, que no tenían ese miedo intelectual que sí tienen todos los hombres. ¿Justo por ello, Adán y Eva vivían en el Paraíso? ¿Y acaso los niños saben lo que es la muerte? ¿Acaso los niños tienen esa angustia intelectual del hombre hacia la muerte? ¿Acaso los niños viven en el Paraíso porque no tienen conciencia de la mortalidad?

No ha lugar a dudas: el Paraíso es una metáfora de la niñez, tal y como está referida en la Torá, y en todas las civilizaciones que han inventado fábulas sobre una época dorada, sobre una arcadia, un lugar fantástico, bucólico. Et in Arcadia ego!, exclamaban los griegos, asegurando que ellos sí habían estado alguna vez en el Paraíso terrenal... ¡Cómo! ¿No se perdió el Paraíso terrenal hace miles de años? Quizás no se ha perdido nunca, quizás..


Kant se equivocaba: no es la muerte lo que impide la felicidad del hombre, sino el miedo a la muerte, y justo la conciencia se alimenta del temor de perecer. La conciencia es la causa de todas las desdichas humanas, la conciencia es la fuente de la que brotan todas las desgracias terrenales, la causa de la pérdida del Paraíso. La conciencia mata a la afirmación de la vida, la conciencia aniquila al santo decirle sí a la vida, la conciencia engendra el odio hacia la vida. Por ello, no tengo ningún reparo en afirmar que la conciencia moralista es la antítesis –del Evangelio...