domingo, 3 de enero de 2016

LA CONCIENCIA ES EL ORIGEN DEL NIHILISMO

Sí, la conciencia es nihilista, la conciencia es el origen, la fuente del nihilismo. El hombre, a diferencia de los animales, sabe que va a morir– justo por ello siempre se ha considerado superior a los animales. ¡Cuánta simpleza, cuánta  chabacanería hay en esa supuesta superioridad! Hasta ahora siempre se ha considerado al hombre superior a las bestias, superior a todo lo que no tiene conciencia (Pascal consideraba que el hombre es superior al rayo, porque tiene conciencia de su muerte), pero ha llegado la hora, ha llegado el momento de poner las cosas de arriba abajo, de enderezarlas, pues han estado boca abajo. El hombre es el único animal que odia haber nacido, que odia su propia vida, a causa de la conciencia. Esto, a mis ojos –con perdón–, lo hace infinitamente inferior a todas las bestias, pues la fuente inagotable de ese resentimiento contra la vida es la conciencia. El hombre es el único animal que reniega de su vida, el único que calumnia a este mundo–: he aquí su supuesta superioridad


Para entender el nihilismo, cómo surge, debemos, en primera instancia, entender qué es la conciencia, cuál es la génesis de la conciencia. Antes de que la conciencia aparezca, el hombre está en el Paraíso terrenal, en el Jardín de las Delicias. Sin embargo, súbitamente, el hombre empieza a intuir lo que es la muerte, empieza a vislumbrar que su vida tiene un fin. Paulatinamente, esta intuición –que ocurre en los últimos años de la infancia–, se va convirtiendo en una certeza. El hombre sabe que es polvo y que en polvo se convertirá. De acuerdo con la Torá es Dios mismo el que le advierte al hombre que morirá, aun cuando, a mi modo de ver las cosas, fue la serpiente la que le susurra esa admonición al hombre, es la serpiente la que ocasiona que el hombre tenga conciencia de la muerte. ¡Cómo! ¿La conciencia es un invento diabólico? ¿No se perdió el Paraíso por la conciencia? ¿No surge la moral de la conciencia? ¡Podemos afirmar que la conciencia es producto del Enemigo!

En efecto, la conciencia es la pérdida del Paraíso, la conciencia es la que engendra el repudio de esta vida, la vida pierde valor por culpa de la conciencia, por culpa de la angustia de la muerte. Es la conciencia la que, al saberse que es mortal, engendra la moral, la cual es producto del miedo a la muerte, pues la moral repudia todo lo malvado, todo lo terrible de la existencia, todo lo que le hace daño, todo lo que mata. El hombre moraliza, el hombre separa el Bien del Mal, a causa de su temor al trance funesto. ¡Y los sacerdotes nos han enseñado que “dios” es moralista! ¡Pero la moral es miedo al abismo eterno!.. ¡Por San Aristófanes! ¡Los cristianos creen en un “dios” que le tiene miedo a la muerte!

El hombre sabe que va a morir, que se convertirá en polvo, por ende el mundo se transforma, ya no es un jardín del Edén, sino que por el contrario, para el hombre concienzudo, para el hombre que sabe que va a morir, el mundo se transfigura en un “valle de lágrimas” que no vale nada, al que debemos renunciar: de tal guisa surge la hostilidad hacia la vida. No hay duda: la conciencia engendra ese odio hacia la propia vida, ese repudio nauseabundo, enfermizo, depravado, contra el hecho de haber nacido. Séneca afirmaba que ningún hombre consciente querría nacer, pero yo pregunto, por vida mía: ¿cómo querría nacer quien ya odiase haber nacido, por culpa de la conciencia? ¿Cómo querría nacer un hombre concienzudo, habida cuenta de que la conciencia es el repudio de esta vida?

Para amar a la vida, para desear la vida, para bendecir el día en que se nace, hace falta una fortaleza de espíritu, hace falta ser un abismo de alegría, hace falta ser una mar profunda de jovialidad para no contaminarse con esa sucia corriente –llamada conciencia–, que es la maldición sobre la vida, que es el perverso y disangélico decirle no a la vida. Hace falta ser una fuente de felicidad que se desborda a fin de amar a la vida. En definitiva, para decirle sí a la vida sería menester ser–: un superhombre...

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